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La semana pasada, un grupo de congresistas de los Estados Unidos de los partidos demócrata y republicano emitieron una carta al Secretario del Departamento del Tesoro, Steven Mnuchin, con la idea de que las autoridades ejecutivas consideren el uso de la tecnología blockchain como una posible respuesta al coronavirus.
La propuesta realizaba hincapié en el proyecto de ley propuesto en el Senado de implementar un "dólar digital" a través de cuentas corrientes directamente con los bancos de la Reserva Federal. Estados Unidos no es el primero en ir detrás de esta concepción pues ya otros países como China y Japón trabajan en este aspecto, incluso China ya está haciendo pruebas del yuan digital.
Si bien esto puede parecer una idea novedosa, que se apodera del entusiasmo por la tecnología de las cadenas de bloques, la moneda digital y la inclusión financiera ya habían sido consideradas por el presidente Franklin Roosevelt durante la Gran Depresión de la década de 1930, a través de la propuesta del "Plan de Chicago", el cual, finalmente no prosperó.
El profesor de la Universidad de Nueva York, Max Raskin, ve en la creación de un dólar digital una de las mayores tomas de poder en la historia de Estados Unidos, politizando el sistema de finanzas de una manera irrevocable. El gobierno tendría al alcance todos los movimientos de parte de sus ciudadanos y de esta forma, moriría la privacidad.
Sin embargo, no hay que negar que la adopción tiene una esencia positiva. En este momento, los bancos privados actúan como intermediarios entre los depositantes y el gobierno. Estos intermediarios cobran honorarios por este papel. Un sistema digital en dólares permitiría al gobierno subsidiar el estímulo monetario anticíclico no bancarizado, así como atacar directamente e incluso promulgar reglas monetarias no discrecionales.
Tal sistema también libera completamente a la imprenta del gobierno de cualquier requisito de reserva, tal vez para afectar las tasas de interés negativas. Eso permitiría al gobierno imponer, por ejemplo, tasas negativas solo en ciertas geografías políticamente desfavorecidas.
Es cierto que las cuentas digitales en dólares, como las cuentas corrientes privadas, estarían aseguradas por la FDIC (Federal Deposit Insurance Corporation). Pero esto debería ser un consuelo para los estadounidenses que enfrentan el espectro de la hiperinflación si tal seguro alguna vez fuera realmente necesario.
“Estados Unidos fue fundado con un profundo escepticismo, tanto de principios como práctico, de la autoridad centralizada. Al crear el sistema de federalismo, los fundadores sabían que era mejor tener competencia. Hoy en día, con el federalismo financiero, los bancos pueden competir entre sí para proporcionar los mejores servicios. Un banco nacional con poder y recursos virtualmente ilimitados es un gran impedimento para el libre mercado y una tentación aún mayor para los autócratas”, resalta Raskin.
El poder es tentador. La idea de una moneda única atraerá tanto a los republicanos como a los demócratas que quieran representar sus propias visiones del dólar digital. Pero el poder nunca debe ser un fin en sí mismo. Aunque parezca desordenado, la economía de mercado produce un sistema robusto y ordenado capaz de vencer a cualquier virus como el que hoy aqueja al mundo, el COVID-19.
Las monedas digitales emitida por el Estado pueden parecer atractivas cuando se habla de impulsar la economía, pero no hay que dejar de lado que una moneda emitida por un gobierno también implica darle más poder al gobierno para monitorear a los ciudadanos lo cual lo volvería más un problema que una virtud. Hoy, Estados Unidos se enfrenta a este dilema.
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